viernes, 2 de mayo de 2014

Honduras: vivir y morir bajo un régimen de terror


Desde el golpe de Estado desde el 2009, las personas que gobiernan Honduras –militares primero y ahora civiles cómplices de las elites económicas del país y de los intereses extranjeros- instalaron un sistema de terror que tiene sometida a la población. Entrevistamos a Glenda Chávez, defensora de derechos humanos de la zona del Bajo Aguán, que se integró a las movilizaciones populares a partir del asesinato de su padre a manos de empleados del terrateniente Miguel Facussé, a quien se acusa del asesinato de 115 personas de la zona.
Por Florencia Goldsman, desde Tegucigalpa
COMUNICAR IGUALDAD- En 2009 un golpe de Estado dio vuelta el tablero político en Honduras y colocó, bajo vigilancia de los Estados Unidos, un gobierno acorde a los intereses extranjeros y a las élites económicas hondureñas. Asimismo, los resultados de las últimas elecciones de noviembre de 2013, tras sostenidas acusaciones de fraude y violaciones a los Derechos Humanos, reafirmaron que la presión de los grupos terratenientes y los intereses de las empresas neoextractivistas siguen marcando el rumbo del país.
Desde la asunción de Juan Orlando Hernández (Partido Nacional) el año pasado,  los movimientos de periodismo independiente como Conexihón, C-Libre y el Centro de Derechos de Mujeres denuncian el alza en las violaciones a los Derechos Humanos en tanto la derecha se afianza en el poder. Las expresiones del totalitarismo hondureño son variadas y encierran a diversos sectores sociales que disputan la resistencia y proponen otro modelo social.  Una ola de asesinatos de campesinos y campesinas que derivó en cuatro mil personas bajo protección de medidas cautelares; la repentina imposición de trabas burocráticas para la obtención de la personería jurídica de las ONGs que observan derechos humanos y  la suspensión de la venta y distribución de las “pastillas del día después” (conocidas como Píldoras Anticonceptivas de Emergencia, PAE) son algunos de los claros ataques a los derechos cívicos en este país.
En el Bajo Aguán, en el noreste del país (que lleva este nombre a raíz del río Aguán que atraviesa el territorio), el conflicto se dirime por la tenencia de la tierra. Son los campesinos yhond campesinas organizadxs quienes desafiados por el monocultivo de más de 3 millones de palmas africanas que inutilizan la tierra para otro tipo de siembra también defienden la reforma agraria.  El gobierno del derrocado Manuel Zelaya había profundizado algunas concesiones hacia el campesinado en base a la reforma original de la década del ‘70.  En la misma existe un reconocimiento legal que dispone que las organizaciones campesinas están en su legítimo derecho de recuperar las tierras en desuso o sin función social.
Durante el año 1992 la Ley de Modernización Agrícola introdujo algunas modificaciones que dieron lugar a la privatización del campo, habilitando la propiedad individual para las tierras agrícolas, previamente colectivas. El empresario y terrateniente Miguel Facussé, al igual que otros personajes poderosos en diferentes provincias del país, comenzó a comprar las tierras campesinas, sobornos y amenazas mediante, a los comisionados de dichas parcelas. La monopolización de la tierra, aun bajo una sospechosa legalidad, significa hoy el virtual control del empresario sobre el territorio del Valle del Aguán.
En el marco del golpe de Estado los movimientos campesinos decidieron ocupar las tierras que reclamaban como propias desde hace largos años.  La represión por parte del Estado y de la seguridad privada de la empresa Dinant (perteneciente a Facussé) no tardó en llegar.  Hoy el territorio está militarizado y lxs pobladorxs sufren intimidaciones y persecución por parte de la policía, los militares y la seguridad privada.
Glenda Chávez tiene 31 años y es de la comunidad de Panamá, en el margen izquierdo del Bajo Aguán. Nunca se imaginó que un movimiento campesino llevaría el nombre de su padre Gregorio. La muerte de su padre junto con el hallazgo de un cementerio clandestino en uno de los latifundios del empresario Facussé es una muestra viva del conflicto actual en el interior de Honduras. Son las mujeres defensoras de derechos humanos quienes, en la vanguardia por la defensa del territorio en Mesoamérica, ponen el cuerpo y la voluntad para no permitir más abusos.
Imparable búsqueda de justicia
Pertenezco al movimiento campesino Gregorio Chávez, por cierto lleva ese nombre por el asesinato de mi papá, a él lo asesinaron los guardias de Miguel Facussé, por eso se levantó la comunidad como movimiento. Esto sucedió el 2 de julio de 2012” describe Glenda Chávez apenas encendemos el grabador en el marco de la cobertura del Observatorio de Derechos Humanos y Resistencias de las mujeres durante las últimas elecciones.
Desde el golpe de Estado de 2009 las organizaciones de la Plataforma Agraria del Aguán denuncian que 115 personas integrantes del movimiento han sido desaparecidas y asesinadas por los militares y guardias de seguridad del terrateniente Miguel Facussé, con absoluta impunidad y connivencia con las instituciones públicas.
hond2¿Tu padre trabajaba para este empresario?
No, mi papá no trabajaba allí, a mi papá lo asesinan y lo desaparecen durante cinco días. Lo asesinan los guardias porque mi padre nunca calló y siempre dijo la verdad. Era campesino y trabajaba de manera independiente, trabajaba su producción propia. Nunca trabajó para ningún terrateniente. Cultivaba la palma africana, naranjo, yuca, tomate, hortalizas en su propia tierra.
¿Cómo comenzó la persecución a Gregorio Chávez?
El desapareció de su propiedad un lunes a las seis de la tarde, los guardias de Miguel Facussé pasaron por el terreno y algo le dijeron en forma de provocación. Como él nunca se calló y toda la vida dijo la verdad, porque muchas veces él tenía un carrito lleno de frutas ellos lo trataban mal y mi papá no se dejaba, les decía que por qué lo trataban de “viejito ladrón” y que fueran a ver lo que él tenía en su propiedad. Mi padre prefería trabajar con particulares, campesinos antes que trabajar para un terrateniente.
¿Las causas de la muerte no responden a un enfrentamiento directo con el terrateniente?
No, más bien con sus guardias de seguridad y todo su entorno. Hacía como cinco años mi padre había militado en una organización pero ya no continuaba. En ese momento decía que era la misma comunidad la que tenía que hacer justicia porque ya había habido varios asesinatos y desapariciones de personas. Él se sentía impotente porque una de las comunidades de campesinos está situada en medio de una de las fincas de Facussé.
¿Cómo fue la aparición de su padre?
Apareció enterrado dentro de la finca, lo tenían enterrado en el lote número ocho, cerca del río Aguán. No lo dejaron bien enterrado entonces lo encontramos a los cinco días de estar desaparecido. Desde el día en que mi padre desapareció se levantó la comunidad en una revolución exagerada… más de 200 hombres buscándolo. Se levantó toda la comunidad. Las personas que trabajan con Facussé no se levantaron a buscarlo. Nosotros sabíamos quiénes estaban con nosotros y quiénes no. Entonces la comunidad se organizó como movimiento.
¿Cómo es vivir tan próxima a las tierras y empresas de los acusados de asesinato?
Por el frente de mi casa pasan los asesinos, yo no puedo estar mirando a ese tipo de personas en el frente de mi casa. Entonces llamo y hago la denuncia al Comisionado de Derechos Humanos y aviso: “Esto está pasando en frente de mi casa. Si a mí me pasa algo ellos tienen la culpa”.
¿Antes del crimen de tu padre estabas comprometida con alguna lucha?
No. Yo me levanto también con el movimiento a partir de la desaparición de mi padre. Desaparece un lunes y el martes yo tomé el desvío. Porque hay un desvío que es una calle de la comunidad, una calle por la que entraban y salían con camiones llenos de frutas. Entonces Facussé consideraba que ese camino era de su propiedad. Entonces con otras personas lo tomamos. Así el día que nos desalojaron nosotros dijimos “por aquí no vuelve a entrar un camión de Miguel Facussé. Que busquen su entrada, que busquen su salida, pero esta calle es nuestra”. La ganamos y la logramos. Ahora ellos (sus guardias de seguridad)  ya no entran por ahí, sí entran los trabajadores.
¿Sentiste algún tipo de presión adicional o amenaza por el hecho de ser mujer?
Sí, me afectó porque hace poco estuvieron los guardias de Miguel Facussé enfrente de mi casa. La verdad es que yo no me callo, sigo hablando y hablando. Entonces tomé el teléfono y llamé, ellos dijeron – los guardias- que se animaban a agarrarme a mí, a botarme la cabeza  y que tal vez muerta podía callar. Entonces sí me he sentido agredida por muchos hombres de la comunidad. Hay un capataz de Miguel Facussé que desde una llamada para pedirle ayuda cuando desapareció mi papá nunca jamás me ha vuelto a hablar, cuando lo encuentro voltea a ver para otro lado y no me dirige la palabra. En ese entonces le dije que no fuera tan injusto, que por qué en lugar de trabajar para ese terrateniente no se dedicaba a la búsqueda de mi papá.
¿Entraste en contacto con organizaciones de mujeres?
Ahora estoy en contacto con la red del Foro de Mujeres por la Vida y he estado en varios encuentros de mujeres en Siguatepeque y en San Pedro Sula.
¿Sentís que estas redes sirven para construir estrategias con personas solidarias?
Siento que aprendo más y cuando me toca hablar sé lo que voy a decir.  Conozco mis derechos y mis deberes, entonces para mí es muy bueno estar dentro de una red de mujeres. Antes no me lo había planteado, tenía a mi papá, vivíamos tranquilos en la casa…
¿Tenés hijos o hijas? ¿Cómo vas contándoles lo que pasó?
A veces en mi casa me dice mi mamá que qué ando haciendo o me dice “apartate”, pero es algo de lo que no me pienso apartar, no voy a parar, no me detienen. Yo sigo y sigo, por eso me he metido en la red de mujeres, conociendo tantas personas una tiene más ayuda. Con mi esposo ya no tenemos comunicación, él vive en mi casa pero ya no tenemos buena comunicación, él es trabajador de Miguel Facussé. A veces le ruego y le digo que deje de trabajar con él. Anoche tuvimos una discusión y le decía “entre hechores y consentidores pena igual” porque él me decía que por qué no le decía a él todo lo que estaba pasando. Pero ya no puedo confiar en él, en una persona que consiente todo lo que pasó. Muchas veces le he dicho: “Mi papá era como tu papá y la verdad yo no puedo confiar en alguien como vos. No querés dejar de trabajar con ese asesino”. El entonces me dice “¿Cómo los voy a mantener?  y yo le digo: “Es que con ese salario que ganás no nos mantenés”.  Soy casada y estoy a punto de divorciarme, voy a tomar la decisión y quedarme con mis hijos.

http://www.comunicarigualdad.com.ar/honduras-vivir-y-morir-bajo-un-regimen-de-terror/


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